Cuando la política alcanza altos niveles
de intolerancia, se convierte en “politiqueo”, una especie de enredo que supera
con creces las aviesas disputas de una junta de vecinos mal avenidos. Sin ánimo
de incordiar, algo parecido sucede en esa parte del país llamado Cataluña, que
por mucho que quieran decir, nunca fue una nación, ni nunca tuvieron políticos
capaces de liderar un movimiento nacionalista medianamente competente. Tuvieron
lo mismo que los demás ciudadanos españoles: unos políticos adoctrinados, corruptos,
resentidos y con ansias de revancha.
Por esos lares sucede lo mismo que en el
resto de España, lo que sucede es que unos se defienden con todo tipo de
argumentos, y otros no sabemos hacer valer nuestros derechos. Todo viene, como
no puede ser de otra forma, por una política mal orientada y peor gestionada
por unos políticos ineptos. Si fuese realidad el conocido slogan de que “España va bien”, y disfrutásemos de una
infraestructura industrial floreciente, alta tecnología, un sistema de ocupación
digno, con un reconocimiento mundial del estado español más allá de los
catálogos de turismo, con una verdadera atención social, si el gobierno hiciera
su trabajo como corresponde, España no sería lo que hoy es: una sociedad
mediocre y sin futuro. Si los políticos que nos gobiernan se preocuparan por
los ciudadanos lo mismo que por su interés particular y partidista, seguramente
no estaríamos hablando de independentismo, y la mayoría de los catalanes, como
el resto de españoles, celebraríamos contentos y orgullosos la grandeza de este
país. Por desgracia no es así. El paro, la emigración, la falta de motivación
de nuestros jóvenes, la indignación por una justicia manipulada, por la contaminación
de las instituciones… unidos a la
política del gobierno de Rajoy que va dirigida exclusivamente en beneficio del
capital sin que le importe lo que pueda suceder a sus ciudadanos, no es de
extrañar que una gran mayoría de catalanes quieran probar suerte con otro
sistema de reparto económico, social y democrático.
Pero sucede que el asunto es mucho más
complicado de lo que pueda parecer a simple vista, puesto que ahora con todo el
gallinero separatista revuelto, todos los partidos pretenden dialogar para
pactar la reforma de una Constitución presumiblemente obsoleta, y no cuentan
con el freno del partido que ha generado este caos, que además limita sin
argumentos cualquier forma de disculpa más o menos honrosa, dando la impresión
de no estar al tanto de que el independentismo catalán no dispone de marcha
atrás; es como una bola de nieve, cada vuelta que da crece más. ¿Acaso alguien puede creer, aparte de Rajoy
y sus secuaces, que con la aplicación del artículo 155 se reducirá el independentismo?
Presumo que estamos en el primer
capítulo de un enfrentamiento del que solo uno saldrá vencedor, y que
posiblemente será aquel que logre aumentar sus seguidores en las próximas
elecciones autonómicas, que según están las cosas, no tardarán en repetirse por
enésima vez.
Para terminar recordaré que la
Constitución española es la base de nuestro sistema democrático y que mantiene
nuestro estado de derecho, que fue aprobada por la mayoría de españoles,
incluyendo los catalanes, y como todas las constituciones de los países
occidentales, de ninguna forma contempla la separación de una parte de su
territorio, por lo tanto cualquier gobierno, sea del color que sea, tiene la
obligación de aplicar todas las medidas que nuestras leyes contemplan, para
evitarlo.
Veremos en qué termina el asunto… si
acaso termina.
Saludos, Miguel.
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