En los últimos meses estamos viendo una
realidad escalofriante; el cruel exilio de refugiados procedentes de Oriente
Medio, mayoritariamente de Siria que, huyendo de sus países en guerra,
prefieren venir a Europa sabiendo que se pueden dejar la vida en el Egeo, en el
Mediterráneo, o en la caduca y fría Europa, siguiendo lo que para ellos es la “ruta
del dinero y la seguridad”, en vez de huir hacia los ricos países árabes del
Golfo Pérsico donde les espera un éxodo mucho más seguro que en Europa, puesto
que allí viven de las rentas que obtienen del petróleo y pueden permitirse
mantener cómodamente unos millones de emigrantes de su misma raza y credo. Sin
embargo, parece que esos ricos y poderosos países árabes dan la espalda al
drama de sus hermanos musulmanes, necesitados de una mano amiga que los ampare.
Oficialmente es Turquía quien, con el
beneplácito de Europa y previo pago, acoge el mayor número de refugiados, al
tiempo que trafica con esos mismos enemigos que los matan en su propio país, vendiéndoles
ingentes remesas de armamento de guerra a cambio de petróleo y dólares. Esta es
la doble moral del país que quiere asociarse con la Comunidad Europea y negocian
su ingreso a base de dinero y de la tragedia de los refugiados, que indigna a
la gente sencilla y que es muy propia del capitalismo bestial; una cosa es apoyar
con la venta de armas a países controlados por gobiernos tiránicos, y otra muy
diferente es aceptar a los refugiados que esa misma guerra está causando.
El gobierno de Rajoy se comprometió hace
dos años con Bruselas a acoger unos 16.000
refugiados, a pesar que ya tenemos más que suficientes árabes en España, y que se
sepa, al día de hoy han venido muy poquitos, aunque la hipócrita actitud de algunos
personajes de los llamados “progresistas” que simpatizan con las ONG, exigen a los gobiernos de
Occidente que abran sus puertas a los refugiados, como si esta fuese la
solución de sus males, cuando la única razón es que quieren obligar a Europa para
que haga lo que los países de su entorno les niegan. No se trata racismo ni de
ir contra nadie; es cuestión de espacio, criterio y circunstancia. Por mucho
que nos duela, España con más de 5
millones de sus ciudadanos parados no está en las mejores condiciones para dar
cobijo a más inmigrantes, y la CE tampoco
está para muchas alegrías. Nos separa, además del mar, una rigurosa religión,
la raza y sus costumbres, que al final acabaría siendo un problema añadido si
consideramos el freno estructural que “disfrutamos” y la exclusión social que
padecen muchos españoles.
En cualquier caso es un problema de
difícil solución; es una tragedia humanitaria provocada por una guerra civil
con motivaciones de castas étnicas, religiosas y económicas, donde al parecer no
existe ningún bando mejor que otro.
Saludos, Miguel.