En estos días proliferan las ferias y fiestas
por casi todos los pueblos de España, donde los encierros, las corridas de
toros y las vaquillas populares son una tradición que difícilmente se puede descartar.
No obstante, de un tiempo a esta parte, alguien con suficiente poderío se ha
dedicado a activar un movimiento donde abundan ruidosas manifestaciones
anti-taurinas que, terminan con enfrentamientos entre los defensores de la
llamada “fiesta nacional”, que en la
mayoría de los casos acaban con insultos y lesionados.
Antes de continuar exponiendo mi particular
criterio sobre el propósito final de este controvertido tema, he de decir que
me encuentro en la zona neutral del mismo. O sea, que me es indiferente el
asunto taurino, aunque me gustaría matizar varios de los argumentos que
utilizan los bandos antagonistas de esta discusión.
Se conocen informes que hablan de los
juegos con toros en la edad de bronce, también se sabe que el Emperador Carlomagno
fue aficionado a estos juegos durante su campaña contra los moros en la
península ibérica, allá por el año setecientos y pico. Sin embargo, tanto a pie
como a caballo era conocida en el siglo XII
como“el arte de lidiar toros”, aunque tal y como hoy las conocemos, apareció en España
allá por el siglo XVIII. Desde
entonces han despertado más de una polémicas entre seguidores y contrarios que
siempre emplean los mismos argumentos; religiosos,
morales, económicos, estéticos, políticos y culturales. Lo cierto es que después
de tantos siglos de existencia, pese a cuanto quieran decir sus detractores, las
corridas de toros forman parte de la historia de España y en consecuencia,
tratar de prohibirlas sería como atentar contra el derecho universal de la
libertad de los hombres.
Actualmente, quienes encabezan las
manifestaciones contra la celebración de las corridas de toros, parece ser que
son los defensores de los animales que califican la fiesta como un “acto de barbarie”, y aseguran que la
muerte del toro es “consecuencia de un
dolor prolongado”, un “doloroso
proceso de tortura”.
Está claro que los anti-taurinos
defienden que el toro sufre duramente durante la lidia, y puede ser cierto, ya que
desde el “tercio” de picadores, hasta
la suerte de espadas, pasando por la de banderillas, es una progresiva tortura
dirigida a reducir la capacidad defensora del animal, y aunque la “puntilla” se utilice para rematar al
toro moribundo seccionando su médula espinal, el toro solo queda paralizado, y
en la mayoría de los casos entra vivo al desolladero.
Por la otra parte, los defensores
taurinos argumentan que se trata de una tradición artística, una cultura propia
de la identidad española que se ha reavivado debido al reciente debate político
nacionalista. Los aficionados cuestionan que no solo se trata de un animal que
se enfrenta a un torero que lo espera en pie firme en la arena. El toro de
lidia nace, se cría y vive en libertad, los ganaderos se ocupan y preocupan que
tengan buena salud hasta el mismo día de la corrida, y no puede ser de otra
manera, ya que en ningún lugar del mundo existen toros en estado salvaje. Si
prohibiesen la tauromaquia, las empresas del sector que los crían y mantienen,
desaparecerían. Tal vez quedarían algunos para carne y otros pocos para
exponerlos en zoológicos, pero como toro bravo de lidia dejaría de existir.
Ciertamente, no es lo mismo la muerte del
toro bravo durante la lidia en la plaza, que la muerte de un toro criado en una granja y
muerto en el matadero. Son unos años de vida libre a cambio de quince minutos
de lucha a muerte en la arena, en los que tiene todas las papeletas de perder. Pese
a todo, creo que no es moralmente aceptable morir en un lugar que en otro,
aunque el final sea el mismo y ambas prácticas sean igual de injustas. Llegado
a este punto, cabe preguntarse: qué será mejor para el animal, ¿morir en la
plaza luchando con bravura, o en el matadero como un buey?
Conclusión: Hay personas que disfrutan
en las corridas de toros y otras que las detestan; es simple cuestión de
gustos. No es cuestión de prohibiciones que aborrezco; quien quiera que vaya a
la plaza y quien no, que no lo haga. Es así de sencillo.
Saludos, Miguel.
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