Cuando España nadaba en la ficticia
abundancia inmobiliaria, muchos jóvenes dejaron sus estudios para subirse al
carro de la construcción atraídos por una sustanciosa paga. Cualquier peón sin
preparación alguna podía cobrar 1.400
euros, que hoy no cobra ningún oficial cualificado.
Abandonaron los estudios atraídos por
una atractiva oferta de trabajo que no exigía más que tener dos manos para
colocar ladrillos o echar arena y cemento en una hormigonera. Fueron víctimas del prematuro abandono de
los estudios para seguir el “canto de sirena” de un trabajo bien remunerado.
La mayoría de estos muchachos ni siquiera tuvieron ocasión de terminar la
enseñanza primaria. Otros en cambio, lograron formarse como fontaneros,
electricistas o cerrajeros, dedicando parte de su vida al sector de la
construcción. Pero cuando explotó la burbuja perdieron sus empleos y se vieron
condenados a incrementar la extensa lista de parados para poder acceder a un
mercado laboral cada día más exigente.
Son los hijos de la crisis que ahora
pagan la factura de una amarga decisión. Esta situación se agrava
considerablemente cuando el desempleado tiene entre los 45
o 50 años, con familiares a su
cargo. Esta persona sí que tiene una difícil reconversión, ya que no hace falta
tener mucha imaginación cuando paseamos por la calle poniendo atención a lo que
sucede a nuestro alrededor, para darnos cuenta si una persona lo está pasando
realmente mal. No tenemos que ser
adivinos para intuir los silenciosos gritos de auxilio de muchas personas en su
lamentable realidad.
Aunque los políticos de turno se
esfuercen en hacernos creer lo contrario, creo que tendremos crisis para rato, porque no supieron aprovechar a su debido tiempo la oportunidad para destruir
la podredumbre que creó esta situación, y ahora todo el mundo opina que el
gobierno actual está desacreditado para realizar una verdadera reforma laboral.
Fueron ellos y su camarilla de palmeros agradecidos quienes hace tiempo
condenaron a los trabajadores a la pobreza, amparados por las fuerzas
económicas que ejercieron su dominio, cuyo resultado llevó al abandono social
de la gente trabajadora sin importarles lo más mínimo dejarlos en la miseria.
Sin embargo la crisis no solo afectó al
ladrillo. No podemos olvidar la industria auxiliar que está detrás. Todos los
edificios tienen baños, sanitarios, cocinas, instalaciones de gas, de
electricidad y demás derivados. Muchas de las empresas que ofrecían estos
artículos para la construcción, también se vieron obligados a cerrar las
puertas y sus trabajadores, como los demás, viven un auténtico drama para poder
subsistir. No obstante, el gobierno, que hoy se mantiene gracias a la debilidad
de la oposición, se dedica solo a salvaguardar sus intereses y el de los suyos;
ayuda a “blanquear” el dinero de las grandes empresas y fortunas, salvan las
ruinosas inversiones de los banqueros y de los concesionarios privados que
explotan los peajes de las autopistas y privatizan la sanidad en beneficio de
sus amiguetes aunque sea con un coste muy superior al real, mientras muchos
ciudadanos inocentes se hunden en la miseria. Y todo es debido a que tenemos la
desgracia de vivir en el país europeo que presume de tener el nivel de
corrupción muy superior a la media, y más pronto que tarde alguien debería
poner remedio a esta situación si queremos progresar.
Para terminar una reflexión: ¿De verdad tiene derecho un partido
supuestamente corrupto a dar lecciones de moralidad?
Saludos, Miguel.
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