Somos
muchas las personas que creemos que el turismo no puede seguir creciendo de
forma descontrolada. Ciertamente, el turismo además de aportar riqueza para
algunos, también supone como estamos viendo, un problema ciudadano cuando se
realiza de manera abusiva como está sucediendo actualmente. Para evitarlo,
según mi opinión, sería necesaria una regulación de los flujos turísticos capaz
de equilibrar, proteger y conservar los espacios de explotación vacacional por
excelencia.
Somos
conscientes que el turismo es necesario, entre otras cosas, porque nos permite
ampliar el horizonte de nuestro propio conocimiento, aun sabiendo que debemos
cuidar las masificaciones por aquello de la sobreexplotación del territorio. Las
ciudades se masifican, las playas se deterioran, y como siempre las autoridades
son incapaces de controlar una situación que en ocasiones les supera. Y a todo
esto, los ciudadanos que sufren esta plaga, deben pagar con sus impuestos las
consecuencias.
Según
dice algún que otro político interesado… “al
turista hay que darle lo que quiere: que quiere juerga, alcohol, sexo y drogas,
pues se les facilita con obscena tolerancia. Que quiere playa, le daremos las
mejores. Que quiere emociones, se las permitimos. Que quiere cultura, les
dejaremos fotografiar todo lo que quiera sin límites ni obstáculos”.
Según
opinan algunos entendidos, el turismo al fin y al cabo es una forma de prostitución
de la cultura, porque se adapta a la exigencia del turista sin tener en cuenta
su efecto devastador porque arrasa la cultura local; invade espacios públicos, trastorna
la economía local y produce una nueva clase social creada por dudosos parásitos
del sector dedicados al enriquecimiento propio. Lugares emblemáticos o
naturales se convierten sistemáticamente en basureros, y los lugares de culto
son transformados en confusos museos pseudo-religiosos, maltratados por
interminables columnas de ávidos visitantes.
Quien
me conoce sabe que tengo bastante experiencia como viajero, y a lo largo de mi
vida he podido observar que el turismo atrae excelentes ingresos económicos que
producen cierto desarrollo del comercio local. Sin embargo, este ocasional
progreso altera el estilo de vida de la gente particular que se ve superada por
los grandes beneficiados que no son otros que las multinacionales que al final son
quienes se quedan con la mayor parte de las ganancias.
También
tenemos el turismo de borrachera, o para ser más correcto, lo llamaremos “cultura
del botellón”. Aquí predominan las actividades generadas por la intensa
búsqueda de rentas del capital humano de baja formación. Detrás de este modelo
tenemos varios ejemplares de un turismo que promocionan dudosas sociedades
dedicadas a la explotación de jóvenes desocupados sin mucho que perder, con
infinitas ganas de juerga y poca o ninguna responsabilidad, a los que se les
proporciona todo cuanto desean mientras puedan pagarlo. El resultado es el que ya conocemos: la destrucción de bienes públicos
y culturales, costas, parajes naturales, y lo que es peor; la propia autoestima
de una juventud que es mercadeada por una sociedad embrutecida, envilecida,
ignorante y pobre de espíritu, capaz de convertir bellos parajes en cloacas,
con el beneplácito de los políticos de turno que sacan buenas tajadas por tener
los ojos cerrados y la cartera abierta.
Nos
han vendido un modelo de turismo repleto de libertinaje y vicio. Ahora nos
preguntamos… ¿quién es capaz de parar esto?
Saludos,
Miguel.
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