Entre muchas más cosas, me preocupa el
imparable aumento de los medicamentos que, en algunos casos han sufrido un
incremento del cuatrocientos por cien, y aquí nadie hace ni dice nada, ni
siquiera el Ministerio de Sanidad pone remedio para intentar frenar esta
subida. Intentaré explicar el motivo de esta situación.
La mayoría de los ciudadanos creíamos hasta
que comenzaron los recortes en la Sanidad Pública, que nuestra salud estaba en
buenas manos. Sin embargo, esta nueva especie de “inquisición sanitaria” no permite que nadie saque a la luz los
turbios negocios que se esconden detrás de los muros infranqueables de la
industria farmacéutica. He sabido que poderosas industrias farmacéuticas manipulan genes, comercia con órganos,
nos imponen vacunas desde la infancia y mientras esto ocurre, los costos de los
medicamentos se multiplican y la industria se enriquece a costa de nuestra
salud.
Nos las dan por todos lados con el visto
bueno, cómo no, de nuestros políticos que temen enfrentarse a esta poderosa mafia. Por
lo que he podido saber, los grandes laboratorios se inventan enfermedades para
crear nuevos mercados y convertir en pacientes a ciudadanos sanos. Se manipulan los ensayos clínicos a favor
de los laboratorios, se vence la voluntad de muchos médicos mediante “promociones”, se espía a las personas
a través de las recetas médicas o
con la implantación de radiofrecuencias en los envases. Para esta
industria es antes el negocio que las personas, estamos hablando del producto
más rentable del planeta, ya que en la actualidad, el mercado farmacéutico
mueve por si solo muchos millones de euros. Para hacernos una idea, por cada euro que invierte en la elaboración
de un medicamento, obtienen mil en el mercado.
Como defensa de sus intereses, la explotación
farmacéutica se escuda en unos estudios que señalan que, a raíz del copago, el
mercado se ha “desplomado”, y las
ganancias se han reducido considerablemente. Por este motivo, esta industria,
viendo la dificultad de su gestión, ha encontrado una alternativa para mantener
a flote el negocio. Es por eso que está fijando un doble precio en algunos
medicamentos, en función si estos cuentan con financiación pública o no, lo que
hace que el precio final para nosotros, como poco, pueda duplicarse. Incluso en
algunos casos, el coste para el paciente
ha aumentado más de cuatrocientos por cien. Casualmente los que han subido
los precios, son medicamentos que el Ministerio de Sanidad desfinanció el mes
de septiembre del año pasado.
La competencia en el comercio de los
medicamentos no funciona porque no existe, y los grandes grupos farmacéuticos
recurren a cualquier juego sucio para impedir que lleguen al mercado medicinas tanto o más eficaces; lanzan campañas engañosas sobre los fármacos conocidos como “genéricos” para asustar a los
pacientes, y los descalifican porque son mucho más baratos. Ante esto debemos saber que los genéricos
son idénticos en cuanto a los principales principios activos, y conservan la
misma seguridad y eficacia.
He encontrado unas declaraciones del Premio Nobel de Medicina, Richard J. Roberts, que no tienen desperdicio.
Este señor denuncia que “…la industria
farmacéutica bloquea las medicinas que curan, impidiendo su distribución, porque
no son rentables. En cambio la misma, se esfuerza en desarrollar los
medicamentos crónicos porque son consumidos en cadena.” A continuación
añade, que “…los fármacos que podrían
curar del todo una enfermedad, no son investigados por su baja rentabilidad.”
La cuestión es que estamos en manos de
un poder intocable que experimenta
no solo con animales. Los humanos también somos cobayas envueltos en una nube impalpable
que nos impide ver más allá de donde ellos quieren que veamos.
Decía Platón: “Yo declaro que la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más
fuerte.”
Pues eso.
Saludos, Miguel.
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