Estos
días se habla mucho sobre Gibraltar, y tal vez se especula demasiado. A nadie agrada
lo que allí está sucediendo; bueno todos no, más de uno se alegrará: los
miembros del Pp estarán satisfechos porque mientras los medios gastan tinta y entrevistan
a tertulianos entendidos en todos los temas habidos y por haber cobrando extras
por su “inestimable” participación, no hablan del desempleo; de la corrupción
oculta de ese partido, del chantaje de Bárcenas al gobierno, del caso Noos que
mantiene en vela a una Casa Real en baja, de la venta de hospitales a sociedades
privadas, de los brutales recortes en sanidad, educación, investigaciones
científicas, etc.
Hoy
me apetece escribir sobre lo que realmente pienso de Gibraltar y su gente, que aunque dicen
ser ingleses, han nacido en la península ibérica, llevan apellidos españoles y hablan el castellano tan bien como
cualquier gaditano.
Está
claro que Gibraltar, hoy en día, no es
el mismo que aquel poderoso Imperio Británico obtuvo hace 300 años, (que por
cierto este año se conmemora): el territorio ocupado actualmente es mucho más
grande del que fue en 1.713. El espacio “cedido” a la fuerza por el Tratado de
Utrecht, únicamente hace referencia al Peñón, ni un metro más. Según todos
los indicios, todo lo demás fue robado a España por la indiferencia política de
sus gobiernos o debido a cambalaches cicateros. De todas formas el Tratado tampoco aclara nada sobre las
aguas jurisdiccionales en disputa, así como el istmo que lo une con la
península nunca jamás les fue cedido
por España: fue usurpado gradualmente por los ingleses que han incumplido
reiteradamente no solo la legalidad, sino sus propios compromisos.
Según dice la historia la cosa empezó en el
año 1.815, que con motivo de una epidemia de fiebre amarilla, las autoridades gibraltareñas
mandaron construir unos barracones de madera en las afueras de sus murallas, con
el fin de establecer un campamento
médico temporal en terreno neutral. Aprovechando la solidaridad del
gobierno Español, montaron al mismo tiempo una edificación para la guardia y
una línea de garitas para los centinelas. Cuando pasó el peligro no se movieron
del espacio invadido, haciendo “oídos
sordos” cuando las autoridades españolas les sugirieron que regresaran a su zona. Unos años después, en
1.854, una nueva epidemia provocó la instalación de otro campamento de salud,
adentrándose aún más hacia España. Terminada la enfermedad, Gibraltar no
demolió las edificaciones ni desocupó el terreno. Más tarde, en 1.938, estando España enfrascada
en su guerra civil, sustrajeron más terreno para construir el primer
aeropuerto. En 1.941, violaron nuevamente el Tratado entrando con la ampliación
del mismo en aguas de la bahía de Algeciras, que nunca fueron suyas, tan solo pueden utilizar estas las
aguas como servidumbre para entrar y salir del Peñón. ¡Nada más!
En
el Tratado de Utrecht, en algunos aspectos es bastante ambiguo y no define con claridad los límites legales
de aguas territoriales de la bahía, por
lo tanto los gibraltareños no tienen argumentos legales ni razón para
apropiarse de ellas y es por eso que cometen sus fechorías con alevosía, y el
descaro que practican con tanta frecuencia, aprovechándose de la situación porque les protegen sus patronos.
A todo esto, los “llanitos” utilizan gratuitamente las autovías españolas pagadas
con nuestro dinero, para ir y volver diariamente a sus casas asentadas en territorio
español; recuren gratis a nuestros servicios
sanitarios, se benefician de las aguas territoriales españolas para agrandar su
territorio y ahora pretenden apoderarse
de la bahía para construir un mastodóntico complejo turístico, dejando sin el
caladero de invierno a los pescadores españoles. ¿ Es que hasta ahora nadie vio las obras de los espigones en la bahía?
Hay
que decir que los gibraltareños son unos parásitos oportunistas que viven a
consta de España y de los españoles, en otros tiempos se les cerraba la verja y
pedían árnica, ahora creo que eso no se puede hacer, sin embargo se puede
continuar con los controles aduaneros hasta el infinito, retirarles las
licencias de telefonía, sombrear su canal de televisión, desmontar la parte del aeropuereto que les regaló el inútil de Zapatero por simpatía, etc. La cuestión es tomar
alguna resolución para que esta gentuza deje de tocarnos las pelotas de una
puñetera vez.
Está
claro que el Estado Español no puede competir con los hijos de la Gran Bretaña, que siempre fueron unos individuos sin
escrúpulos y de baja moral, unos clasistas llenos de presunción que atropellan
a los débiles debido al potencial bélico de su ejército y su flota naval.
No quieren reconocer que viven aún de las reliquias del pasado que niega toda
lógica de la historia y piensan en un
Imperio Británico que hace tiempo dejó de existir. Y esto sucede porque, entre otras, llevan
en sus genes el saqueo, el contrabando y la piratería: adueñarse de todo cuanto
les interesa es su lema, y lo explotan sin contemplaciones hasta exprimir el
último recurso. (Si alguien lo pone en
duda que lea su historial o que visite las minas de Riotinto en Huelva).
Gibraltar
para los políticos es un tema de relaciones diplomáticas bilaterales: para los demás
españoles una molestia, algo así como un granito de arena dentro de un
preservativo. Cuando menos es inquietante.
Os
saluda, Miguel.
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